Mientras lucha en las canchas con los mejores tenistas del mundo, Casper Ruud no se olvida de celebrar el amor por el juego y una cierta visión de la elegancia.
A Casper Ruud le encanta el tenis. No es de extrañar, dirían algunos, tratándose de uno de los mejores jugadores del planeta. Sin embargo, la realidad es más compleja de lo que parece. En el deporte de alto nivel, la alegría del juego suele primar sobre una exigencia inquebrantable: ganar a toda costa. Y al noruego no le falta espíritu de lucha. En 2022, alcanzó el segundo puesto del ranking ATP, pero esa temporada le dejó un sabor amargo: una lesión en Roland Garros le privó de Wimbledon, y una eliminación temprana en el US Open ensombreció su año.
Ahora, 12.º del mundo, el jugador de 26 años alberga cierta nostalgia: la de un tenis de antaño, elegante y reservado para caballeros, donde la cabeza importaba tanto como la raqueta. “He ganado muchos partidos en mi carrera, no por ser hiperagresivo, sino porque intento jugar con inteligencia, más despacio, con pelotas cruzadas, abriendo la pista. Me gustan los peloteos y jugar desde la línea de fondo. Me gusta la tierra batida, que es más lenta”, explica el nuevo embajador de Mango Man desde un estudio en Oslo, su ciudad natal, donde acaba de posar pacientemente durante cinco horas. Cuando le comentan que, con su aspecto —un hombre alto, rubio, de 1,93 m y de atractivo clásico—, fácilmente podría ser modelo, sonríe tímidamente.